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E.H. La Inexpresiva (Real)
viernes, 1 de noviembre de 2013 | 0 Comments

En Junio de 1972, una mujer apareció en el hospital Cedro Sinaí vestida solo con una bata blanca cubierta de sangre. Ahora bien, esto no debería ser algo sorprendente, ya que la gente a menudo sufre accidentes y concurre al hospital más cercano para recibir atención médica. Pero había dos cosas que causaron que la gente que la vio vomitara y huyera aterrorizada.
La primera, ella no era exactamente humana, se asemejaba a algo cercano a un maniquí, pero con la destreza y fluidez de un ser humano normal. Su cara era impecable como las de los maniquís, desprovista de cejas y manchada de maquillaje.
La segunda, es que tenía un gatito atrapado entre sus mandíbulas, tan fuerte que no podía verse ninguno de sus dientes, y la sangre seguía chorreando sobre su bata y sobre el suelo. Entonces lo botó de su boca y se desplomó.
Desde el momento en que pasó por la entrada hasta que fue llevada a una habitación, para ser aseada antes de la sedación, estuvo completamente calma, inexpresiva e inmóvil. Los doctores pensaban que era mejor retenerla hasta que las autoridades llegaran, y no protestó. Fueron incapaces de obtener cualquier tipo de respuesta de ella, y la mayoría de los miembros del staff hallaban incómodo mirarla directamente por más de un par de segundos.
Pero en cuanto el staff trató de sedarla, ella se defendió con fuerza extrema. Dos de ellos tuvieron que sujetarla, ya que su cuerpo se elevó de la cama, siempre con la misma expresión en blanco.
Ella volvió sus ojos sin emoción hacia el doctor e hizo algo inusual. Sonrió.
Mientras lo hacía, la doctora gritó y la soltó, shockeada. En la boca de la mujer no había dientes humanos, sino largas y afiladas púas. Demasiado largas como para que su boca se cerrara por completo sin causar algún daño...
El doctor se quedó mirándola por un momento antes de preguntarle: "¿Qué demonios eres tú?"
Ella quebró el cuello hacia sus hombros para observarlo, mientras continuaba sonriendo.
Hubo una larga pausa. Seguridad había sido alertada y podía oírselos venir desde el vestíbulo.
Mientras el doctor los escuchaba aproximarse, ella se lanzó hacia adelante, hundiendo los colmillos en su garganta, arrancandole la yugular y dejándolo caer al piso, jadeando por aire mientras se ahogaba en su propia sangre.
Ella se puso de pie, se inclinó sobre él, con su cara peligrosamente cerca de la suya, mientras la vida se desvanecía ante sus ojos. Se inclinó más cerca y le susurró al oído.
"Yo... soy... Dios..."
Los ojos del doctor se llenaron de miedo, mientras la observaba alejándose calmadamente para encontrarse con los agentes de seguridad. Lo último que vio fue a ella dándose un festín con esos hombres, uno por uno.
La doctora que sobrevivió al incidente la llamó "La Inexpresiva".
Nunca más se la volvió a ver.



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